Diamela Eltir |
La mujer o el cuerpo del delito
X Diamela Eltit/Enviado por Ana María
Si bien podría resultar interesante observar cómo los discursos
públicos muestran la dimensión de sus matrices ideológicas, los actuales
escándalos de la derecha por la reforma tributaria, por la educación gratuita,
por la despenalización del aborto bajo ciertas condiciones abruman por su
obviedad. La derecha chilena que hoy copa los espacios públicos carece de
referentes conceptuales. Es, para decirlo de alguna manera, iletrada. Responde
a los capitales y a la iglesia de manera robótica. La táctica recurrente es
sembrar el pánico o anunciar de manera no demasiado sutil el colapso de la
democracia. Pero lo cierto es que la derecha afronta una contundente fisura porque
sus recursos intelectuales o son inexistentes o están completamente
desactualizados. La táctica del miedo transada entre empresarios, opinólogos y
políticos solo demuestra la dimensión de la crisis simplota por la
queatraviesa: la imperativa necesidad de proteger un mundo híper selectivo, con
ganancias ilimitadas, un mundo de 1 %, homogéneo, sin otros y, por supuesto,
sin otras.
Y como si fuera poco hay que escuchar con paciencia de santo
o de Papa (que al fin y al cabo es lo mismo) la instalación del debate acerca
de aborto terapeútico que, desde mi perspectiva, también resulta majadero. O
bien habría que dotarse de tiempo y observar este pseudo debate para comprender
de una vez por todas, la extensión de la captura multifocal del cuerpo de la
mujer en cada uno de los estamentos por los que transita. Los niveles de
sujeción son tan extremos que se permiten discusiones llamadas “valóricas” en
torno a zonas aterradoras en las cuales reina el drama y la angustia, como violaciones
o incestos en contra de niñitas o embarazos inviables.
Porque la despenalización del aborto terapéutico es una obligación
social increíblemente tardía del Estado chileno para mitigar severos daños
físicos o mentales. Una alternativa que debe estar cuanto antes a disposición
de las mujeres si es que ellas lo estiman necesario.
Pero, claro, se trata de una parte mínima del apretado nudo que
perpetúa a la mujer en un lugar devaluado y antidemocrático. Un espacio
manejado por el conjunto de poderes que formulan los mandatos sociales y que
vigilan la sexualidad de las mujeres como si fuera un atributo ajeno a ellas
mismas. Un riesgo máximo que necesita de un control externo siempre activo y
amenazante e incluso carcelario. Porque, en último término, es necesario
señalar que la mujer circula en cada uno de los espacios sociales como un
sujeto sobre el que se realiza una permanente violencia ya simbólica o
explícita.
Y, más aún, esa violencia incesante, naturalizada y estimulada
aun por las propias mujeres, es el eje más visible para pensar modélicamente
todas las formas de dominación.
Sobre esas formas de dominación y violencia se sostienen las
estructuras mundiales. Incluso si examinamos los lugares aparentemente más
vulnerables como los que conforman las identidades sexuales no centristas,
vemos que las ciudadanas lesbianas, por ejemplo, están completamente
invisibilizadas en Chile y eso abre una pregunta no menor y completamente
crítica a las agrupaciones, entre otras, del Movilh y la Fundación Iguales.
Estas agrupaciones han realizado gestiones fundamentales en relación a la
validación pública de hombres homosexuales. Sin embargo repiten y ejercen las prácticas
antidemocráticas en contra de las mujeres. Más aún, se puede hablar de subordinaciones
a poderes adversos a sus causas. Hay que recordar la discutible imagen de un
dirigente tan mediático y resbaladizo como Rolando Jiménez aplaudiendo a
rabiar, de pie, al ex Presidente Sebastián Piñera por el anuncio de una ley de
AVP que nunca se iba a legislar bajo ese gobierno –lo dijo clarito el Senador
Carlos Larraín- y de la cual el propio Jiménez luchaba por apropiarse. Estas agrupaciones
no cuentan con lesbianas como voceras en los espacios públicos. Ni una. Más
allá de cualquier argumento retórico, lo único real es que ellas no existen en
esta geografía aparentemente disidente, porque estas asociaciones como Iguales
y el Movilh adquieren poder en los espacios públicos siempre y cuando reiteren,
con asombrosa simetría, el dominio heterosexual que solo en apariencia quieren
combatir. Estas agrupaciones operan como un mero dispositivo para mantener y
compartir el control que no es más ni menos que una táctica fundada en la hegemonía
masculina. O, para ser completamente clara, a mi me parece que el Movilh o la
fundación Iguales, mientras mantengan estas prácticas excluyentes, son
asociaciones que me atrevería a denominar como heterogays. Pienso que, en
parte, habitamos un tipo de sociedad premoderna por el largo imperio
conservador fundado en la economía agrícola. Como una mera anécdota, no se
puede olvidar la imagen del ex Ministro de Hacienda, Felipe Larraín, muy
orgulloso montado en un caballo y vestido de huaso mostrando su deseo híper
conservador por liderar la hacienda mental que lo habitaba.
Pero la real demanda pendiente es por la despenalización general
del aborto que las voces políticas y culturales no se atreven ni siquiera a
modular en espacio público. La autocensura implantada a todo el espectro social
obliga a la consigna de ir “pasito a pasito” y ya se sabe que esos pasos, con
la derecha que tenemos y la internalización de la censura en todo el arco
político del país, pueden tomar por lo menos cuarenta años más. Así el “pasito
a pasito” local se inocula y se transforma en costumbre aún cuando el primer “pasito”
ni siquiera se ha dado.
El aborto como espacio para los embarazos no deseados es una
legítima demanda. Por supuesto que es una zona dolorosa, difícil y sensible.
Nadie mejor que las mujeres lo sabemos. Pero se trata de un derecho fundamental
y masivo en la mayoría de los escenarios occidentales. La pregunta es por qué
en Chile no pueden enfrentar un gran diálogo sobre este tema estratégico. Y las
respuestas pueden ser porque el cuerpo de la mujer está asediado y cautivo por
la hegemonía y cualquier debate emancipador de su condición provoca un pavor
inconmensurable en la totalidad de los estamentos y muy especialmente en esta derecha-dinero
que tenemos. Una derecha con severas limitaciones culturales, entregada sin
pudor a la riqueza y totalmente kitsch que no cesa de ordenar, como los
antiguos patrones de fundo, a todo el arco político y ni siquiera el desabarranque
de la iglesia-Karadima los detiene.
Fuente: The Clinic
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