Niños y niñas en los centros de inmigrantes
X Ainhoa Muguerza Osborne/ALAI, América Latina en Movimiento
La inmigración desborda las fronteras de Ceuta y Melilla,
así como los Centros de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de ambas
ciudades. Se concentran entre sus paredes miles de personas, que rebasan con
creces su capacidad máxima. Muchos de ellos son niños que conviven en
condiciones precarias, sin satisfacer algunas necesidades básicas.
En la Declaración de los Derechos del Niño se reconoce el
derecho a que el menor goce de una protección especial y que disponga de
oportunidades y servicios que la ley y otros medios proporcionen con el fin de
que crezca de manera saludable). Con este objetivo se aclara que “deberá
proporcionarse tanto a él como a su madre, cuidados especiales” y servicios
médicos adecuados para “desarrollarse en buena salud”.
Pero cientos de menores padecen las mismas privaciones que
miles de inmigrantes y aspirantes a refugiados que intentan atravesar las
fronteras de Ceuta y Melilla: vivir durante meses en los CETI.
Estos centros son establecimientos que dirige la
Administración Pública en España. En la actualidad hay dos en todo el
territorio español: uno en Ceuta y otro en Melilla, en el Norte de África.
Existen para proporcionar servicios y prestaciones sociales
consideradas como básicas para inmigrantes y a aquellos que soliciten asilo.
Sus orígenes se remontan al año 2000 y 1999 cuando abrieron sus puertas pero la
afluencia masiva de personas los convierten en noticia y en un problema cuando
se vulneran los derechos de los recién llegados; aquellos que también se
consideran como básicos.
La agencia para refugiados de la ONU, ACNUR, y otras
organizaciones no gubernamentales, denuncian la precariedad de estos
establecimientos y la necesidad de dar una respuesta adecuada a las familias
que pisan la frontera española en situación irregular.
“El principal problema es el hacinamiento”, explica Hamed,
uno de los cientos de sirios que han abandonado su país como consecuencia de la
guerra que asola el Estado. Ahora vive en el CETI de Melilla a la espera de lograr
el estatus de refugiado. Se queja de que adultos y niños duermen agolpados en
una sola habitación y de que los menores enferman con frecuencia ante la
escasez de medicamentos y de atención sanitaria.
En teoría los centros están habilitados para un total de 512
personas en Ceuta y 480 en Melilla. En la práctica más de 600 se concentran en
el primero y alrededor de 2.200 en el segundo. De entre todas ellas alrededor
de 500 son niños. Los pequeños esperan a que se resuelva una situación que en
ocasiones se alarga meses en los que conviven con miles de adultos, juegan
entre las camas en el suelo y montan en los columpios del parque a falta de
pupitres y escuelas en las que aprender.
A diferencia de los Centros de Internamiento de Extranjeros
(CIE), los inmigrantes pueden salir de los establecimientos y regresar cuando
quieran. En los CIE esta posibilidad queda anulada por su situación irregular.
Un buen día, personas que han trabajado durante años sin contrato en España e
incluso han formado una familia, son trasladados a estos centros en donde su
estancia se puede alargar hasta 60 días a la espera de ser deportados o de
permanecer en el país. De manera temporal comparten recinto junto a otros
inmigrantes en condiciones opacas y con falta de transparencia como denuncian
algunos colectivos y organizaciones.
El escándalo sobre la situación en estos centros salió a la
luz cuando Samba Martine, una mujer de origen congoleño, murió en el CIE de
Aluche en Madrid tras días de dolor y una insuficiente atención médica cuando
tenía una infección por VIH. Volvió a ocurrir con la muerte de Idrissa Diallo
por falta de asistencia sanitaria en el CIE de Barcelona y acabó por fallecer a
las pocas horas de haberla solicitado. Y de nuevo lo hizo con Alik Manukyan, de
origen argelino, que se colgó en su celda del CIE situado en la Zona Franca.
Los datos saltan a los medios en forma de tragedia.
Ignorarlas no hace más que anunciar nuevos episodios que avergüenzan a la
humanidad en su conjunto.
Ainhoa Muguerza Osborne, Periodista
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
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