El éxodo de los niños desesperados
X Laura Castellanos, enviada de El Universal/ALAI, América Latina en Movimiento
De los 159 mil menores deportados de 2009 a 2014, la mitad
son mexicanos. El 75% pasa por el tramo Reynosa-Matamoros
REYNOSA, TAMAULIPAS. Hace tres meses, y con solo 14 años,
Bryan dejó su pueblo cafetalero Quebrada María, en Honduras, a sus padres y a
cinco de sus hermanos, y con el equivalente a 125 pesos mexicanos partió hacia
Estados Unidos.
El niño menudo en tamaño, de piel color tostado y ojos
grandes y claros, lleva dos misiones: una es ayudar a su familia; la otra,
comprarse unos lentes, porque ve todo borroso y la cabeza le duele
permanentemente.
Si Bryan fracasa en su intento, nutrirá las filas de los 47
mil menores centroamericanos y mexicanos a los que, huyendo de la pobreza o la
violencia, se les detuvo al cruzar a Estados Unidos de enero mayo de 2014,
cantidad que duplica a la registrada en todo 2013, y que provocó una crisis institucional sin
precedente en ese país.
Un hermano mayor de Bryan, que ya había hecho la travesía,
se comprometió a acompañarlo, pero en cuanto arribaron a la ciudad fronteriza
de Tonalá, Chiapas, le mostró su rostro pandillero, “marero”.
“Se portó bien mal conmigo, se juntaba con los ‘drogos’”,
narra Bryan, “yo pedía dinero y él me lo quitaba a la fuerza para comprar droga
y me golpeó todito, así en la calle, con una vara bien gruesa”.
Herido y sin dinero, Bryan huyó de su hermano y decidió
proseguir solo su viaje en tren, en La Bestia, como le llaman, pero a pesar de
su miopía se dio cuenta del peligro que corría.
“Me monté en el tren y vi que había ‘mareros’ tatuados y me
dio pesar, quería decirle a la gente: ‘¡Bájense porque les van a hacer daño!
¡Los asaltan y los vuelan del tren!’”
El ferrocarril arrancó. Un sobresalto sacudió a Bryan y se
lanzó del transporte en movimiento. Luego deambuló hasta llegar a un parque. Se
acercó a un trailero y obtuvo lo imposible: un aventón que duró tres días hasta
llegar a la ciudad de Reynosa, Tamaulipas.
Toda esta historia la cuenta Bryan a EL UNIVERSAL en Senda
de Vida, el modesto albergue cristiano para migrantes en Reynosa.
El niño quiere salir del lugar para trabajar y juntar “los
mil pesos de cuota” que le cobrará el crimen organizado al cruzar el Río Bravo,
y también para comprarse sus anteojos, pues dice que los dolores de cabeza le provocan
calentura.
Del albergue, el hondureño le habló por teléfono a su mamá,
y ella, “muy triste”, le pidió que regresara. El niño se negó a hacerlo. “Ya estoy cerca”, dice, “la misión mía es entrar a Estados Unidos para
ayudarla”.
Oleada de menores
Luis es de Catemaco, Veracruz, y tiene 17 años. En tres
meses lleva dos intentos de ingreso a Estados Unidos para reunirse con su padre
que vive en Los Ángeles, y así trabajar y apoyar a su familia en su pueblo.
En el primero, cuenta que su padre le pagó 17 mil pesos a un
traficante o coyote que terminó abandonándolo a él y a otras 36 personas en el
desierto de Coahuila, colindante al Río Bravo, por lo que vagaron 15 días sin
agua y con sólo 10 latas de atún. El veracruzano logró salir a carretera y
sobrevivió.
En el segundo intento, el muchacho logró cruzar el Río Bravo
con apoyo de otro coyote, pero la Patrulla Fronteriza lo detuvo y remitió en
Texas a un centro migratorio.
Lo recluyeron en una celda con otros menores: “Había
muchísima gente”, dice. “Éramos 135, de esos éramos cinco mexicanos y los demás
eran centroamericanos”. Al día siguiente se le deportó a México.
Las cifras de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos
revelan que de 2009 a lo que va de 2014 se deportó del país a 159 mil menores
sin acompañamiento, de los cuales los mexicanos representaron 53%, es decir, 84
mil 397.
En ese lapso, según el Pew Research Center, los países
centroamericanos tuvieron tasas de crecimiento asombrosas: Honduras, de 1,272%;
Guatemala, 930%, y El Salvador, 707%.
Michelle Brané, de la organización Women’s Refugee
Commission, basada en Washington, y que ha seguido desde hace años el fenómeno,
advierte que de 2003 a 2011 se mantuvo
un promedio anual de 7 mil menores solos
deportados por año, en 2012 llegó a 13 mil, pero en 2013 la cifra oficial saltó
a 45 mil.
Advierte que el gobierno de su país ha sido rebasado porque
para 2014 estimó que habría 60 mil menores deportados, “pero por el nuevo
ingreso calcula que serán más o menos 90 mil [al finalizar el año], y para 2015
esperan más de 100 mil”.
Brané enfatiza que de los 47 mil menores registrados en
2014, casi la mitad son niñas: 40%. “Antes, la mayoría eran de 16 o 17 años”,
apunta, “pero ahora aumentan las menores de 14 años”.
En el caso mexicano, el año pasado se reportaron 17 mil 240
menores deportados. Este año, hasta el mes de mayo, ya había registrados 11 mil
577, por lo que de seguir la tendencia se podría llegar a 22 mil al cierre de
2014.
Fragilidad centroamericana
Katarine, una niña hondureña de ocho años, delicada y
temerosa, está en proceso de deportación en el Centro de Atención a Menores
Fronterizos Camef) del gobierno
tamaulipeco, ubicado en Reynosa.
En las manos trae un papelito hecho churro en el que tiene
escrito el teléfono de su papá que está en “los Estados” y que la “mandó
traer”.
El padre le pagó a una coyota para que le llevara la niña,
pero la mujer la abandonó en Reynosa.
Katarine explica su drama con una vocecita apenas audible:
“la mujer se regresó donde se salía y agarró un taxi y se fue”.
En el CAMEF son canalizados los menores centroamericanos
detenidos por oficiales de migración mexicanos y los menores mexicanos
deportados de EU.
El Pew Research Center asegura que a 75% de los menores sin
compañía se les detuvo en EU en la región conocida como Río Grande, que colinda
con la frontera Tamaulipeca, especialmente del tramo que va de Reynosa a
Matamoros.
Muchos niños grandes cruzan solos el Río Bravo, y los más
pequeños en su mayoría lo hacen en compañía de un coyote, que suele
abandonarlos a su suerte.
El director del CAMEF, José Guadalupe Villegas, asegura que
en un año la cantidad de menores ahí canalizados aumentó alrededor de 250%.
Externa que el año pasado registraron 1,500 menores, 10%
niñas. Del total, 85% eran mexicanos y
el resto centroamericanos.
Pero precisa que en lo que va del año 2014 ya han albergado
a 1,300 menores, de los cuales los centromericanos aumentaron de 15 a 25 %.
Actualmente el centro alberga a 22 menores que, en el 95% de
los casos, busca reunirse con su madre o padre en los Estados Unidos.
Pero “el mes pasado llegamos a tener hasta 100 jóvenes”.
Asegura que si bien los motivos generales pueden ser
económicos, un número creciente de menores huye de la violencia de sus lugares
de origen.
Salvar la vida
Levi es un salvadoreño de 16 años albergado en el CAMEF que
está en proceso de deportación a su país. El muchacho que tiene un aire a
Justin Bieber, es de trato serio y amable.
Hasta hace un mes estudiaba preparatoria en San Salvador,
pero dice que pandilleros de La Mara Salvatrucha (MS) lo amenazaron. “Me
llegaron al pupitre y me dijeron que no me querían ver ahí y que si me volvían
a ver no lo iba a contar”, relata.
La mamá de Levi es jefa del hogar y vende zapatos para
subsistir.
“Me trajo un dolor profundo haberme despedido de mi madre”,
ahonda el salvadoreño.
Dice que su abuela lo acompañó hasta la frontera con
Guatemala y puso en sus manos el equivalente a 2 mil pesos mexicanos.
El muchacho atravesó solo Guatemala y México con la
esperanza de llegar a Nebraska, donde vive una de sus hermanas. “Le pedí raite
a la gente, a veces en camiones, en buses, por seis días”, hasta que arribó a
Reynosa a la central camionera, ya sin dinero.
Ahí se sumó a un grupo de migrantes a los que se les detuvo
en los alrededores del Río Bravo, el jueves 12 de junio.
El chico ignora qué pasará con él cuando finalmente lo
deporten a El Salvador: “Tengo que pensar qué voy a hacer en mi país”,
reflexiona, “Quizá me tocará cambiarme de casa u ocultarme un rato”.
Dice que lo único que tiene claro es que quiere seguir
estudiando y ser comunicólogo.
Cruzar de nuevo
Otros muchachos en el CAMEF están en la misma situación que
Levi. Uno largo y moreno, José de nombre tiene quince años, también es
salvadoreño, hace tres meses estudiaba preparatoria y de igual forma huyó de su
país por amenazas pandilleras.
Detalla: “Se metieron a la escuela y saliendo me estaban
esperando cinco tipos armados, me rodearon y me dijeron que si tenía patas que
corriera”.
Su madre es jefa del hogar, vive en Virginia y trabaja en un
restaurante. Su familia le pagó a un coyote 3 mil 500 dólares, en su viaje lo
tuvieron tres días en una bodega junto con
25 personas, y lo detuvieron en
Reynosa.
El chico en el CAMEF lleva el calzado más llamativo, unos
tenis Nike blancos con azul y rojo, dos tallas más grande que la suya, pero que
intercambió con Luis, el muchacho
mexicano que suma dos intentos de cruzar
la frontera hacia Estados Unidos.
Si bien José quiere estudiar medicina, a diferencia de su
compatriota Levi, no quiere regresar a
su país y dice que intentará por segunda ocasión llegar a su destino. “Voy a
volver a subir”, expresa, “si me miran las pandillas me van a querer matar”.
Lo mismo comparte su nuevo amigo Luis, que está por ser
regresado a Catemaco, y que ya hace planes de su tercer intento por arribar al
país del Norte.
Señala: “Estoy sufriendo muchos riesgos, estoy consciente,
pero quiero ayudar a mi familia”. Por lo visto, este río humano pretende
derribar fronteras.
Fuente: ALAI, América Latina en Movimiento
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