No basta ser una buena actriz para ser ética o sabia. Esta
señora lo ha probado diciendo que no le cree a las mujeres violadas y riéndose
de lo doloroso que esto puede ser. He aquí una carta abierta a la actriz.
CARTA ABIERTA A DELFINA GUZMÁN...
X una mujer violada/Enviado X Marcela Guerra
X una mujer violada/Enviado X Marcela Guerra
Primero que todo le quiero decir que usted siempre me ha
caído bien. Esa mezcla suya entre momia recalcitrante y comunista siempre la he
encontrado divertida, aunque creo que es más momia que cualquier cosa y que su
postura de izquierda es romántica y frívola. Como que usted encuentra divertida
esa postura “progre”.
Sus declaraciones de hace unos meses señalando que “rezaba a la Virgen para que se enfermaran de cáncer” los que hablaban mal de su hijo ministro, me dejaron la impresión que ya se le están arrancando las cabras pa’l cerro, y las de hoy sobre la violación me lo confirmaron. Por lo demás, usted misma lo reconoce en esta última entrevista.
Creo que usted no entiende muy bien qué es una violación.
Parece que se imagina que sucede en un dormitorio, con los involucrados echados
cómodamente en una cama.
Creo que usted no entiende muy bien qué es una violación. Parece que se imagina que sucede en un dormitorio, con los involucrados echados cómodamente en una cama.
Creo que usted no entiende muy bien qué es una violación. Parece que se imagina que sucede en un dormitorio, con los involucrados echados cómodamente en una cama.
Para que sepa de qué se trata realmente, le contaré una
experiencia personal que casi nadie conoce.
Hace muchos años, cuando tenía 15, caminaba temprano y
despreocupada al colegio. No estaba a más de una cuadra de mi casa y, como en
las películas, no andaba nadie en ese momento.
Solo alcance a ver una sombra. Y antes de siquiera pensar en
lo que podía suceder, sentí por detrás un brazo fuerte que me rodeó y apretó
las costillas con tanta fuerza que dejé de respirar. No pude gritar, hablar, ni
moverme. Sólo solté mi bolsón y eché hacia atrás mi codo, en vano.
En ese momento la otra mano del hombre ya había bajado mis
calzones y supe por el horrible dolor que me había penetrado con sus dedos.
No duró mucho más que un par de minutos y ahí quedé. Sin
poder moverme, ni llorar, ni hablar.
Volví como pude a mi casa, donde ya todos habían salido, y
me metí a la ducha. Me quedé allí casi toda la mañana, lavándome y llorando,
pensando cómo podía haberme pasado algo así.
Perdí mi virginidad en manos de un depravado, una mañana
cualquiera.
¿Quiere saber qué se siente? O, como dijo usted, “qué hay
dentro de la cabeza de una mujer que se siente violada”. Se lo diré: Asco,
impotencia, una tristeza infinita que nunca se va porque ahora, mientras
escribo esto, no puedo dejar de llorar. Dolor físico, miedo, angustia y un
montón más de horribles sensaciones.
Tan horroroso es que no importan los años que hayan pasado:
soy capaz de recrear ese momento de manera vívida, segundo por segundo, con cada
doloroso detalle.
La pastilla del día después no existía, además no la
necesitaba, porque “el hombre”eyaculó en mi uniforme. ¿Qué le parece?
Usted me debe una disculpa, y a miles de mujeres más
también. Y aunque las pida, el solo hecho de que me haya llevado a recordar ese
episodio y haya vuelto a llorar, es suficiente para que no se las acepte.
Puesto que usted misma reconoce que “está un poquito
huevoncita” y considerando que ya no es capaz de pensar antes de hablar, lo
mejor es que se calle y no siga haciendo mal uso de la tribuna que aún le
otorgan algunos medios.
*La autora de esta carta se identificó debidamente, pero
pidió el anonimato público por obvias razones.
Fuente: El Pilin
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