¿Procesos emancipadores dentro del euro?
X Gonzalo Fernández Ortiz de Zárate/enviado x Alai Amlatina
Si tuviéramos que encontrar
algún elemento positivo en el ejercicio de democracia de muy baja intensidad
que se celebrará el próximo 25 de mayo con motivo de las elecciones europeas, y
si nos levantáramos de la cama aquejados de un extraño optimismo impropio de la
actual coyuntura, señalaríamos que una de las cuestiones más interesantes que
pueden aportar estos comicios es la intensificación del debate, en el seno de
las izquierdas, respecto al análisis y a las propuestas alternativas al
proyecto europeo hegemónico.
Con esta afirmación queremos destacar que el debate en sí es
bastante más significativo que el resultado del formalismo electoral de una Unión
Europea profundamente deslegitimada y antidemocrática, ya que dichos debates
podrían servir en el medio plazo para generar las actualmente poco sólidas
agendas políticas y las articulaciones necesarias para revertir la situación
actual.
De esta manera, mal que bien, más o menos tímidamente, estos
últimos meses están favoreciendo que las izquierdas políticas –bien con la
forma de partido o de movimiento- definan su diagnóstico de la crisis actual y
del papel que las instituciones europeas están jugando en la misma, a la vez
que exponen cuáles son las propuestas fundamentales, sobre todo en el ámbito
estratégico de la economía.
1. Consenso fundamental: redefinición continental del
proyecto europeo
Desde la perspectiva económica, varios son los lugares comunes
donde se suelen encontrar las izquierdas: en primer lugar, se destaca que el
proyecto político europeo no tiene como principio fundacional la reducción de
las fuertes asimetrías entre países ni la construcción de un marco político
europeo de bienestar en el que se blinden los derechos humanos. Al contrario,
la génesis del proyecto se sitúa en la implementación regional de la lógica
capitalista en base a un mercado único sin unidad política, tomando como pivote
la estrategia expansiva de la economía germana. Por tanto éste es realmente el
objetivo estratégico del proyecto que, más allá de la retórica habitual, permea
el conjunto de actuaciones e iniciativas vinculadas a la construcción europea.
En segundo lugar, las izquierdas suelen estar también de acuerdo
en que la arquitectura económica derivada de este proyecto específico, que
empieza a tomar forma en el Tratado de Maastricht de 1992, es funcional a dicha
lógica de expansión capitalista. Así, ésta se pone al servicio de los mercados
y de quienes los controlan, enfrentándose si es necesario a las grandes
mayorías sociales (como está ocurriendo actualmente en una fase de agudización
de la lucha de clases). Esta arquitectura económica estaría conformada
fundamentalmente por estos cuatro elementos: una moneda única fundada sobre
enormes asimetrías entre países, regiones y personas; un Banco Central Europeo
(BCE) autónomo (respecto a los gobiernos, claro, no en lo que se refiere al
capital), tecnócrata y estrictamente dedicado a limitar la inflación y estabilizar
el mercado financiero, no a ampliar la reproducción de la vida de la
ciudadanía; unos límites draconianos al déficit público (máximo del 3% del PIB)
y a la emisión de deuda pública (máximo del 60% del PIB), a partir del Pacto de
Estabilidad y Crecimiento (2005); y una dirección económica profundamente
antidemocrática, liderada por una élite de representantes políticos, entidades
multilaterales y empresas transnacionales al servicio indiscutible de la
reproducción del capital y la obtención de ganancia mercantil. No obstante, y
aún siendo conscientes de la relevancia de esta arquitectura económica en todo
el proyecto europeo, veremos en el siguiente apartado cómo los principales
disensos actuales se refieren a cómo, cuándo y desde dónde trazar la estrategia
para superar dicha arquitectura.
Finalmente, y continuando con los consensos existentes, las
izquierdas también convienen, en tercer lugar, en que la política económica
aplicada por las instituciones europeas (austeridad y recorte en derechos;
despilfarro en ayudas a los bancos; descontrol de los superávit comerciales y
de las burbujas financieras generadas por éstos; políticas pro-mercado y
pro-transnacionales, como la Política Agraria Común), no sólo no está
incidiendo positivamente en la superación de la crisis sino que la está
agravando, incrementando los niveles de pobreza y de vulnerabilidad sistémica
con tal de mantener la rueda imparable y suicida del flujo de capital y
ganancia antes comentado.
Son precisamente estos tres lugares comunes los que conducen
a las izquierdas a convenir que, más allá de cambios en la arquitectura y
política económica, es preciso redefinir el proyecto europeo desde nuevas bases
más democráticas y emancipadoras, en el que se reconozcan, hagan vigentes y
sean exigibles los derechos individuales, colectivos y nacionales, analizando a
su vez qué nos ha llevado a esta situación y quiénes son los responsables de la
misma. De ahí que existe bastante acuerdo en torno a la exigencia de un proceso
constituyente europeo (aunque existen diferentes posiciones sobre cuál es el
ámbito territorial de dicho proceso), ya la propuesta de una auditoría social
de la deuda, que señale cuál de ella es ilegal e ilegítima, y por tanto no debe
pagarse.
Por supuesto, ambas propuestas deberían formar parte sin
duda de las agendas de las izquierdas europeas, así como la reclamación de la
vigencia, exigibilidad y universalidad de una serie de derechos civiles,
políticos, económicos, sociales y culturales, que realmente enfrentaran las
asimetrías existentes, no sólo entre países, sino también entre géneros, razas
y clases. Es por tanto un imperativo para partidos y movimientos tomar como
referencia y hacer fuerza común en torno a estos ejes estratégicos que van a la
raíz del problema.
2. Mientras tanto, ¿Qué hacer con la arquitectura económica
europea?
No obstante, y a pesar de que se comparten ciertos
consensos, es necesario hacerse la pregunta de si éstos son suficientes en la
coyuntura actual para conformar una agenda política combativa y realista, que
incida directamente sobre el cuadro de mando de la UE capitalista, y que
permita en el medio plazo avanzar en términos emancipadores. Es aquí donde se
sitúan los primeros disensos, ya que aunque se comparta la pertinencia del
proceso constituyente y de la auditoría integral de la deuda, también es cierto
que hay izquierdas que piensan que no se dan las condiciones para que estos
procesos de base continental sean viables, al menos en el medio plazo. De esta
manera, y ante el escaso dinamismo y proyección de estas iniciativas, nos
encontraríamos empantanados en una propuesta interesante pero irreal, mientras
la estructura básica del proyecto hegemónico (la arquitectura económica) campa
a sus anchas y sin desgaste considerable.
Así, se aduce que centrar la agenda política únicamente en
revertir la génesis del proyecto europeo se basa en dos condiciones, que a día
de hoy no se cumplen ni parece que se cumplirán en el futuro: la primera, que
existe o pueda existir una correlación continental de fuerzas positiva para las
izquierdas; la segunda, que se constate una voluntad nítida de éstas por
articularse en torno a estas iniciativas, dentro de una apuesta real por una
mayor unidad política europea. Lamentablemente, la correlación de fuerzas en
Europa no sólo no es positiva sino muy negativa para las izquierdas, con una
hegemonía sólida de la derecha (conservadora, liberal y social-liberal), y con
el más que notable avance de la extrema derecha (en otro momento, y desde la
autocrítica, habría que abordar este fenómeno desde la izquierda). Por otro
lado, tampoco parece que las izquierdas estén haciendo especial hincapié en una
articulación real en torno a un proceso constituyente, y es notorio que el peso
de la política interna es mucho más fuerte que la visión continental,
desgastada incluso en esta agonía generada por la crisis. No hay en este
sentido acuerdo en ámbitos tan importantes como el modelo socioeconómico hacia
el que transitar, o sobre los derechos nacionales y el ejercicio del derecho de
autodeterminación, como para pensar que esta opción es actualmente viable.
De esta manera, estas iniciativas continentales podrían
convertirse en un brindis al sol en la práctica cuando realizamos un análisis
de la correlación de fuerzas políticas y de las prioridades de las izquierdas.
Mientras tanto, el proyecto europeo real -capitalista y neoliberal-, sigue
azotando a las grandes mayorías, que no cuentan con alternativas concretas y
viables.
En este sentido, varias son las cuestiones que cobran
relevancia en estos momentos: ¿Es necesario esperar a la puesta en marcha de
procesos continentales a la hora de tomar medidas que afecten a la relación de
los países con la Unión Europea y la Eurozona? ¿Un país que alcanzara una
correlación de fuerzas positiva para la izquierda debería acatar la
arquitectura económica y esperar a un hipotético proceso continental para tomar
las riendas de su estrategia económica? ¿Qué posición se debería mantener desde
las izquierdas si países como Catalunya, Escocia o Euskal Herria consiguieran la
independencia y tuvieran que plantearse su relación con la UE y la Eurozona?
Son estas las preguntas a las que debemos responder, que en
definitiva se podrían resumir en la siguiente: ¿Qué posición debe mantener la
izquierda ante la arquitectura económica generada en torno al euro? Recordemos
que ésta (Maastricht, BCE, Troika y Euro) juega un papel esencial en todo el
entramado europeo ya que supone, por un lado, la plasmación estructural del
proyecto fundacional y, por el otro, la base que posibilita la implementación
de la política económica actual. Hay por tanto una lógica
proyecto-arquitectura-política económica, en la que la arquitectura juega un
rol de visagra del conjunto.
Ésta es por tanto el nudo gordiano del asunto, y dentro de
la misma es el euro la argamasa que permite articular en conjunto de la
arquitectura económica. Así, un euro que responde a las ansias de expansión
mercantil sin importarle las profundas asimetrías de partida, cercena la
capacidad de enfrentarlas y las ahonda, con las subsiguientes consecuencias de
pobreza, vulnerabilidad, burbujas financieras, etc. La rueda, a pesar de todo y
frente a los intereses de las mayorías populares, no puede parar y su
reproducción sólo se puede mantener en base a un BCE ajeno a las necesidades del
conjunto de la economía, en base a un disciplinamiento de los gobiernos en
torno a los postulados de Maastricht, y en base a una dirección económica
pseudo-dictatorial de la Troika. Por tanto, el euro no es sólo una moneda, sino
que es la tela de araña donde se teje la estructura del poder económico y
político europeo. De esta manera, el debate en torno al euro es estratégico a
la hora de responder a las preguntas que antes se han planteado, que son lo que
realmente marca los importantes disensos actualmente existentes, como veremos a
continuación.
3. ¿Es posible la emancipación dentro de la arquitectura
económica del euro?
Las izquierdas ofrecen respuestas diferentes a la cuestión
de cómo, cuándo y desde dónde enfrentarse a la arquitectura económica generada
en torno al euro. Sintetizando, podríamos encontrar tres tipos diferentes de
formas de abordar esta cuestión.
En primer lugar están quienes inciden en la raíz del
proyecto europeo y en su manifestación como política económica, obviando la
relevancia de la arquitectura económica. Así, apuestan por un proceso
constituyente en el largo plazo y de carácter continental, a la vez que
critican duramente la política económica europea (austeridad) y a quienes la
ponen en práctica (Troika), pero sin proponer superar de manera directa la
actual arquitectura económica. Por tanto, se confía en que el resultado del
propio proceso constituyente altere en un futuro dicha arquitectura, que de
momento no hay que tocar, ya que los riesgos de hacerlo -y de hacerlo unilateral
y no continentalmente-, son más altos que los posibles beneficios que se
obtendrían de salir –o no entrar- en el euro.
En segundo lugar están quienes sí pretenden abordar los tres
aspectos de la lógica proyecto-arquitectura-política, planteando en el caso de
la arquitectura su reforma a través de una unión político-fiscal. De esta
manera se propondría hacer fuerza para una reforma en profundidad del modelo de
gobernanza de la Eurozona, haciendo real el tránsito de una UE mercantil y
economicista a una Europa que asume su naturaleza política, planteando una
política fiscal común, un BCE volcado en el apoyo a la economía real, así como
el reconocimiento universal de ciertos derechos ciudadanos. Todo ello sería la
palanca para abordar la reducción de las asimetrías actuales, sin necesidad de
salir del euro (aunque algunas versiones de estas propuestas sí que definen
algunas rupturas con la arquitectura económica europea en lo referente a la
financiación del déficit público)[1]. Por tanto, hablamos de alterar significativamente
esta arquitectura, pero sin abandonar la moneda única, con la pretensión de que
una fiscalidad progresiva sea capaz de cohesionar el territorio del euro.
En ambos casos las propuestas son de carácter continental y
nunca desde la capacidad de decisión de un país determinado -o de un futuro
estado independiente-; en ambos casos no se cuestiona la pertinencia de
repensar el marco territorial de la UE, a pesar de las más que evidentes
asimetrías; y, por supuesto, se apuesta por el euro como moneda única. La
diferencia entre ellas consiste en que la primera lo apuesta todo al proceso
constituyente, mientras que la segunda plantea la reforma de la Eurozona en
base a una mayor unidad política.
Finalmente, y en tercer lugar, estarían quienes afirman
–entre los que me incluyo- que a la vez que se mantiene la apuesta por un
proceso constituyente (que no necesariamente debería impulsarse dentro del
territorio actual de la UE o la Eurozona), es preciso atacar directamente a la
arquitectura económica vigente y plantear como una posibilidad real y positiva
la salida –o no entrada- en el euro, y sin tener que para ello esperar a un
proceso continental amplio[2].
De esta manera, y siempre después del necesario análisis
particular de riesgos, estructura económica y realidad geopolítica de cada
caso, se apuesta por incluir prioritariamente en la agenda el abandono –o no
ingreso- en el euro, por las siguientes dos razones: en primer lugar, porque
esperar a un proceso continental que revierta esta situación puede ser ilusorio
en el contexto actual, siendo necesario desgastar desde cualquier frente la
manifestación más nítida del conjunto del proyecto, que no es sino el euro y su
arquitectura; en segundo lugar, porque es la única forma de poder plantear una
estratégica económica emancipadora y soberana desde ámbitos institucionales,
poniendo al servicio de la misma las políticas cambiaria, monetaria, fiscal,
ahora secuestradas por la arquitectura económica europea y su proyecto suicida.
En este sentido, es claro que mantenerse ajeno al euro tiene
sus costes (sobre todo el shock inicial), pero pensamos que más costes se
generan para la ciudadanía dentro del euro y mientras no se cuestione el euro.
Recordemos, como ya hemos señalado, la importancia de esta moneda única dentro
del proyecto europeo, convirtiéndose en la tela de araña que articula a éste en
su conjunto. Así, podemos asumir y asumimos lo complejo y arriesgado de no
estar en el euro, pero en sentido contrario devolvemos la siguiente pregunta:
¿Qué hacer, aquí y ahora, dentro del euro? ¿Es posible la emancipación política
y humana, desde los resortes institucionales, dentro del euro?
Nuestra respuesta es que no, sobre todo para los países
periféricos, ya que una institucionalidad estatal amputada de sus capacidades
económicas (enredadas en la tela de araña del euro) no tiene capacidad de
maniobra, sin cartas para apostar por un proceso emancipador dentro de una
estructura netamente capitalista. Por tanto, sería como una especie de apuesta
esquizofrénica en la que se ataca al proyecto europeo ultraliberal a la vez que
se acatan sus manifestaciones estructurales más palmarias. Y todo ello mientras
se espera a un proceso constituyente sin bases sólidas, de tremenda
complejidad, y de escasa proyección en el largo tiempo. No tenemos tanto
tiempo.
A otro nivel, también la incertidumbre y la más que probable
inviabilidad sobrevuelan la segunda opción de reformar parcialmente la
arquitectura económica sin tocar el euro. En primer lugar, en un proyecto
deslegitimado pero poderoso como el actualmente hegemónico, se confía en
alcanzar mayorías continentales suficientes para girar el proceso hacia una
unión política, enfrentándose así a los intereses de la Troika. Creo que es
mucho confiar. En ese sentido, parece mucho más probable que se pudiera
alcanzar esas mayorías en el marco de un estado actual –o futuro estado
independiente- que en el marco de una Europa que gira a la derecha y que parte
de una izquierda desarticulada. En segundo lugar, e incluso si se llegara a
articular a nivel continental la fuerza suficiente para dicha unión
político-fiscal, ¿de verdad creemos que la fiscalidad, en este momento actual,
puede ser la palanca de superación de las enormes y crecientes desigualdades?
Pareciera una medida bastante tibia, que resta énfasis a la necesidad y
urgencia de un cambio profundo.
En definitiva, y por todas las razones esgrimidas, apostamos
por descarrilar el tren de la arquitectura económica europea generada a través
del euro, situando la salida -o no entrada- en la moneda única como vía
necesaria para emprender cualquier proceso emancipador, y después de un
análisis profundo de riesgos y capacidades. No obstante, y tal como hemos
venido diciendo a lo largo del texto, no consideramos al euro únicamente como
una moneda sino como una argamasa, como una tela de araña que permite romper
con el BCE, con la Troika y con Maastricht, por lo que mantenerse ajeno al euro
precisa de todo un paquete de medidas y modelo socioeconómico alternativo sobre
el que plantear dicho proceso emancipador.
4. El no al euro como parte de una estrategia económica
emancipadora
El no al euro es por tanto una medida necesaria pero no
suficiente[3]. Pensamos que no hay posibilidad para la emancipación -desde los
resortes institucionales- dentro del euro, a la vez que afirmamos que no se
trata de cambiar una moneda por otra (el euro por el dracma, la lira, o el
eusko), sino de garantizar que se cuentan con las mínimas garantías y
capacidades para poder desarrollar una estrategia soberana y emancipadora, en
el contexto de un capitalismo globalizado y de una correlación de fuerzas
determinada.
En este sentido, ni el no al euro es la panacea, ni
significa la liberación de todas las ataduras respecto al sistema, ni mucho
menos. No obstante, y dentro de los límites de dicho sistema, esta medida
ofrece una mayor capacidad de actuación a los procesos de emancipación, e
infringiría un duro golpe al entramado capitalista y antidemocrático de la UE,
teniendo así un impacto significativo en la lucha contra el statu quo.
Por lo tanto, el no al euro siempre debe ir acompañado de
toda una propuesta socioeconómica alternativa que por un lado mitigue el shock
generado por la salida o no entrada en el euro y que, por el otro, sirva de
marco de referencia de los proyectos no capitalistas que se pretenden impulsar.
En esta línea, y en primer lugar, el no al euro debe ir
acompañada de una propuesta de auditoría social de la deuda a nivel estatal que
genere una suspensión de pagos (impago de la deuda ilegítima, renegociación de
la que sí lo es) que, en última instancia, evite la losa permanente de la deuda
para una ciudadanía ajena al proceso de la burbuja financiera.
En segundo lugar, el no al euro debería ir de la mano de una
regulación fuerte y una actuación enérgica respecto al flujo de capitales, así
como del control público y/o social de al menos parte importante del sistema
financiero, lo que permita recuperar a éste para su apoyo a la reproducción
ampliada de la vida.
En tercer lugar, conllevaría el control público y/o social
de sectores estratégicos como la energía, las telecomunicaciones o el
transporte, como bienes públicos que deben escapar a cualquier lógica
mercantil.
En cuarto lugar, el no al euro entraría en el paquete de
propuestas de desmantelamiento de la política económica europea actual (también
la internacional), erradicando la supresión de derechos y las políticas
pro-corporaciones, como la lamentable Política Agraria Común (PAC).
Por último, y en quinto lugar, el no al euro debería ir
estrechamente vinculado de la apuesta inequívoca por un modelo socioeconómico
que dispute espacios al capitalismo, centrado en nuevos modelos de consumo y
producción, con la sostenibilidad de la vida como referencia y en base a
circuitos cortos y a la economía solidaria como marco de actuación que
impulsar.
Además, y como hemos señalado desde el comienzo del
artículo, se hace necesario compaginar esta propuesta socioeconómica
alternativa con una agenda para la redefinición política de Europa en su
conjunto, desde bases democráticas y emancipadoras. Ello supone, primero, abrir
el debate sobre el marco territorial actual de la Unión Europea, que pudiera
ser o no el idóneo a la hora de generar un proceso político donde se priorice
la cohesión y la horizontalidad; después, supone establecer nítidamente cuáles
son los valores fundacionales del proceso o procesos que se definan, y que
éstos realmente respondan a las demandas de las mayorías populares; y por
último, pero no por ello menos importante, supone explicitar y favorecer el
ejercicio del derecho de autodeterminación para aquéllas naciones que deseen
convertirse en Estado propio.
El no al euro es por tanto una medida a tener en cuenta
dentro de toda una estrategia, pero una medida fundamental en todo caso. En
este sentido, y si se dieran las condiciones, debería entenderse como una
iniciativa perfectamente posible por la que apostar, tanto en el regreso a
viejas monedas o en la creación transitoria de monedas complementarias. Pero
siempre, y en todo caso, debe ir acompañada por toda una estrategia económica y
política que prefigure una salida a la sinrazón actual, y que permita a las
izquierdas hacer desde ya pedagogía emancipadora.
En definitiva, hay que derrotar a la actual arquitectura
económica generada en torno al euro, hay que atacarla por todos los frentes y
sin esperar a procesos futuros e inciertos. Dentro de la misma, no hay salida.
Fuera de ella, incertidumbre, sí, pero también se vislumbran nuevos horizontes
emancipadores, con los que la izquierda europea tiene una responsabilidad
global.
Notas:
[1] V.V.A.A: Manifiesto ¿Qué hacer con la deuda y el euro?
disponible en http://www.vientosur.info/spip.php?article7930
[2] LAPAVITSAS, Crisis en la zona euro, Editorial Capitán
Swing, 2013
[3] MONTERO SOLER, Alberto, Salir de la pesadilla del euro,
2014, disponible en
http://www.rebelion.org/mostrar.php?tipo=5&id=Alberto%20Montero%20Soler&inicio=0
Fuente: "Alai-amlatina", Agencia Latinoamericana de Información
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