(Foto tomada de BTI Baradero Te Informa)
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EL MIEDO EN MÉXICO
x Lydia Cacho
x Lydia Cacho
Me pregunta una adolescente que cómo se
vive el miedo en México.
Hace unos meses viajé a Tamaulipas para
hacer entrevistas. Llegué a casa de Laida, y la sorpresa fue mayúscula, ella
había reunido a un grupo de nueve señoras para que me contasen cómo viven el
miedo en México; varias de ellas han perdido hijos e hijas en los últimos años.
Ya mis colegas locales me habían advertido que sería muy complicado entrevistar
a la gente en Tamaulipas, en particular porque se conoce mi trabajo
periodístico por evidenciar a redes de tratantes y delincuencia organizada. Lo
que sucedió después de la entrevista fue conmovedor. El grupo de mujeres ya
había preparado un plan de seguridad (como hacen entre ellas para moverse con
sus familias). Divididas en dos autos y con radios –con la cautela propia de un
comando militar que sabe que corre peligro–, pero con sonrisas y charla amena,
las mujeres me llevaron hasta un lugar seguro. El miedo, me dijeron, es como la
conciencia, debes saber que lo tienes, escucharlo siempre y seguir tu
intuición. La intuición para proteger a los tuyos nunca falla, dijo Adela.
Después de haber presenciado el
exterminio de los suyos en la masacre de Acteal, Chiapas, Margarita decidió
quitarse el miedo y el dolor que llevaba a cuestas construyendo, con sus
propias manos, una tiendita hecha con tablones de pino a la vera de la
carretera, a unos metros de donde fueron masacrados sus familiares. Miro la
fotografía en la que estoy parada a su lado, su rostro de joven aniñada y la
mirada de duelo contrastan con la fortaleza y donaire de su cuerpo. Le pregunté
a qué le tenía miedo; a no tener trabajo y comida para mis sobrinos que ahora
quedaron huérfanos, respondió sin vacilar. Ella no le teme a la muerte, dice
que es su compañera de viaje en las montañas.
Esther Chávez Cano, la madre del
activismo contra los feminicidios en Ciudad Juárez, Chihuahua, me dijo hace más
de una década, cuando fui a entrevistarla a su albergue para niñas y mujeres,
que lo que más temía era perder la esperanza de que su trabajo fuese útil para
la comunidad. La esperanza, dijo la mujer de cuerpo pequeño y alma inmensa, es
una vela en la oscuridad y todos los días miro a las sobrevivientes que me
recuerdan que la vela debe permanecer encendida a toda costa, por todas las
mexicanas.
Alicia Leal, la fundadora del primer
refugio de alta seguridad para mujeres maltratadas en Nuevo León, luego de
recibir una amenaza de muerte que incluía un terrible daño a sus hijas, me dijo
con su mirada azul de mar y la sonrisa auténtica como sus convicciones, que el
miedo la había convertido en una estratega del cuidado propio y ajeno, en una
buscadora de tácticas para hallar la felicidad. Además, explicó esta norteña
fuerte y dulce, el miedo me ha enseñado a doblarme para no quebrarme.
A Ramira unos tratantes le robaron a sus
dos hijas en la sierra de Oaxaca y la autoridad ignoró sus súplicas. Su marido
la maltrataba y ella denunció violencia intrafamiliar. La autoridad la ignoró.
La entrevisté en un albergue para mujeres, me dijo que ella no dejaba entrar el
miedo a su corazón porque sólo así podía rezar cada noche para mandar oraciones
a sus hijas, para que ellas supieran que las estaba buscando y las salvaría. El
miedo se lo regalé a la virgen, me dijo. ¿Y la virgen te lo aceptó?, le
pregunté. Sí, ella siempre se arrima los miedos de todas las madres que lloran
por sus hijos.
En latín el miedo es metus, una alteración
del ánimo que produce angustia ante el peligro o la posibilidad de sufrir algún
daño. El secreto de millones de personas que lo viven cada día en México radica
en lo que deciden hacer con esa angustia. Hay quienes convierten su miedo en
pánico y resentimiento; hay quienes, para fortuna de mi patria, hacen del miedo
consejero para proteger a su comunidad, para unirse, para transformar o
erradicar aquello que lo produce.
El escritor Eduardo Galeano dice que el
reto es atravesar las pruebas de la violencia y el dolor con la ternura
invicta.
Ahora sé que vivir el miedo en soledad
resulta devastador. Releo las palabras de Ashley Montagu: “La única forma de
aprender a amar es siendo amado. La única forma de aprender a odiar es siendo
odiado”. México sobrevive porque por cada persona que odia hay mil que aman
incondicionalmente, que se solidarizan sin pedir permiso, que arropan sin
preguntar, que se rebelan por la dignidad y no por el poder. Millones que van
contra la guerra haciendo la paz a pesar de la ignominia de la guerra y la
muerte.
El miedo, para mi, es como un perro
bravo. Lo tienes que domesticar para que huela el peligro, amarrar para que no
se desboque, usar como guía en el camino cuando cae la noche. Permitirle que
duerma a tu lado como fiel testigo de la realidad. Hasta que algún día ya nadie
sienta temor y el perro, ya manso, sepa que la libertad está de fiesta.
@lydiacachosi
(Texto enviado por lamashi)
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