Tres diferencias decisivas: Grecia no es Argentina
X Raúl Zibechi*/ Servicio Informativo
"Alai-amlatina"
Dos destacados economistas y premios Nobel, Paul Krugman y
Joseph Stiglitz, coinciden en que los griegos deben decir No a la propuesta de
la troika de continuar con la política de austeridad. El ejemplo del default
argentino en 2001 es una de las razones esgrimidas.
Krugman sostiene que
“Grecia debe votar "no", y su gobierno debe estar listo para, si es
necesario, abandonar el euro”, entre otras razones porque todo el caos
imaginable con una salida del euro ya está hecho y la desvalorización de la
moneda puede ser el primer paso comenzar la recuperación de una economía que se
achicó un 27 por ciento desde que comenzó la austeridad, cinco años atrás. Además,
es la única forma de que Grecia recupere su independencia como nación (El País,
29 de junio de 2015).
Stiglitz se enfoca en
la experiencia argentina, que conoce de cerca. “Después del default, Argentina
empezó a crecer a una tasa del 8 por ciento anual, la segunda más alta en el
mundo después de China. La experiencia argentina prueba que hay vida después de
una restructuración de deuda, y después de dejar un sistema cambiario”. Por el
contrario, considera que el euro fue exitoso sólo ocho años y ha fracasado (BBC
Mundo, 30 de junio de 2015).
Aunque el análisis de
fondo es plenamente compartible, ya que urge salir de la austeridad impuesta
por el FMI y el Banco Mundial, lo sucedido en Argentina no admite comparaciones
con el caso griego, por lo que convendría separar el default (ya sucedido) de
la salida del euro (harto improbable).
Tres son las
diferencias que separan Grecia de Argentina.
La primera es la
calidad de los gobiernos. El default argentino se produjo bajo el gobierno
neoliberal de Fernando de la Rúa, luego de una década de neoliberalismo
salvaje, bajo los dos gobiernos de Carlos Menem (1989-1999), que llevaron a la
privatización de las empresas estatales, la destrucción de la industria y altos
niveles de pobreza y desocupación. El default fue un doble y simultáneo
quiebre: de las políticas económicas privatizadoras y de los gobiernos que las
sustentaron. En Grecia no existe la descomposición política que se produjo a
fines de 2001 en Argentina.
La segunda es el
fuerte protagonismo popular. Aunque el default fue declarado formalmente por el
presidente interino Adolfo Rodríguez Saa, que estuvo apenas siete días en el
cargo, en realidad fue la calle la que impuso la suspensión de pagos. En medio
de una amplia insurrección nacional, en la que confluyeron los sectores
populares y las clases medias (piquete y cacerola), y una dura represión que se
cobró la vida de 39 personas en dos días, el presidente debió abandonar
precipitadamente la Casa Rosada en helicóptero.
En los días de las insurrecciones se produjeron miles de
cortes de rutas y calles, cientos de manifestaciones espontáneas, cientos de
escraches y cacerolazos, se crearon infinidad de asambleas barriales (unas 300
sólo en Capital Federal) y las calles y plazas fueron ocupadas por la población.
El Estado y las fuerzas policiales fueron completamente desbordadas y
neutralizadas por la masividad de las protestas.
En este punto, debe
recordarse que los trabajadores argentinos tienen una larga experiencia de
desborde de los cuerpos represivos. Sin remontarse a las memorables jornadas de
principios del siglo XX, y circunscribiéndose sólo a las cinco décadas
anteriores, encontramos: la insurrección del 17 de octubre de 1945, los dos
Cordobazos (1969 y 1971), el Rosariazo (1969), una decena de puebladas en
Mendoza, Cipolletti, Corrientes, Tucumán y Casilda, entre las más conocidas. A
esa tradición deben sumarse los levantamientos de la década de 1990: las 76
acciones de protesta con ataques a edificios públicos o viviendas de dirigentes
políticos, registradas desde el motín popular de Santiago del Estero en
diciembre de 1993 hasta el fin del gobierno de Menem. (1)
En tercer lugar, la
realidad geopolítica global es bien diferente de la que se vivía en 2001. Eran
los años finales del mundo unipolar centrado en los Estados Unidos, cuyo
declive se aceleró en los años posteriores con las fracasadas invasiones a Irak
y Afganistán; declive precipitado con la crisis de 2008 cuyo epicentro estuvo
en Wall Street. En 2001 aún no se había formado la alianza BRICS que reúne a
los principales países emergentes; Rusia y China no significaban un desafío
para la hegemonía de Washington y el dólar no contaba con la competencia que
hoy le oponen divisas como el yuan. Argentina no tenía alternativas a la
financiación del FMI y del Banco Mundial.
La situación de
Grecia es completamente diferente. El primer ministro Alexis Tsipras ha viajado
en varias ocasiones a Rusia donde ha estrechado lazos diplomáticos y
económicos. En el reciente Foro Económico de San Petersburgo, fue firmado un
memorándum para la construcción del gasoducto Turkish Stream que unirá Rusia y
Grecia a través de Turquía. China, por su parte, tiene grandes inversiones en
Grecia, en particular en el puerto de El Pireo y en metales raros.
Grecia es una pieza
geopolítica clave para la OTAN. Una eventual alianza entre Atenas y Moscú sería
un dolor de cabeza para el Pentágono y una grieta en bloqueo occidental a
Rusia. En síntesis, Grecia tiene a la mano opciones con las que Argentina no
podía soñar en 2001. Eso mismo hace que una salida de Grecia del euro sea
muchísimo más grave para Occidente que el default argentino, en un escenario
global cargado de tensiones y de amenazas para la paz.
Nota:(1) María Celia
Cotarelo, “La protesta en la Argentina de los '90”, revista Herramienta N° 12,
marzo de 2000.
* Raúl Zibechi, periodista uruguayo, escribe en Brecha y La
Jornada. Integrante del Consejo de ALAI.
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