"No olvidar, no perdonar, no reconciliarse con los
asesinos"
“Ya van a ver, ya van a ver, cuando venguemos a los
muertos de Trelew”
(consigna cantada por la militancia popular de
aquellos años 70)
El 15 de agosto, un grupo de guerrilleros detenidos en
Rawson tomó el control del penal y logró huir. Seis de los principales
dirigentes de Montoneros, FAR y ERP escaparon a Chile. Otros diecinueve se
rindieron en el aeropuerto, al no poder abordar el avión que los trasladaría.
Fueron llevados a la Base Aeronaval Almirante Zar y, en un
supuesto intento de fuga, el 22 de agosto, dieciséis de ellos murieron
fusilados a quemarropa. La “Masacre de Trelew” aumentó el
descrédito del gobierno y provocó nuevos atentados.
Mientras Lanusse negociaba con Perón una salida electoral
que permitiera la participación del peronismo, a través del delegado de Perón
en la Argentina, Héctor Cámpora, los cientos de guerrilleros presos en el Sur
organizaron la fuga más célebre de la que se tuviera memoria en la Argentina,
sólo superada por la que había protagonizado el 6 de septiembre de 1971 la famosa
guerrilla uruguaya Tupamaros, liderada por Raúl Sendic, del penal de
Punta Carretas, en la ciudad de Montevideo.
El 15 de agosto de 1972, los guerrilleros iniciaron la
fuga de la cárcel de máxima seguridad de Rawson, provincia de Chubut. Para
esta operación se habían unido las principales organizaciones guerrilleras
—ERP, Montoneros y FAR— que tenían a sus líderes presos. De los cien
guerrilleros dispuestos a fugarse, sólo lograron hacerlo los principales
jefes, que, a duras penas, atravesando una zona casi desierta, llegaron al
aeropuerto donde otro grupo comando había secuestrado un avión.
Los evadidos viajaron a Chile, donde ya gobernaba el
presidente socialista Salvador Allende y donde las organizaciones
guerrilleras argentinas tenían vínculos sólidos, no sólo con el Partido
Socialista de Allende sino con el Movimiento de Izquierda Revolucionaria
(MIR), que dirigían el sobrino del presidente chileno, Andrés Pascal Allende,
y Miguel Enríquez. De los veinticinco combatientes que habían logrado alejarse
del penal en todo tipo de vehículos, sólo seis pudieron llegar a Chile y
luego a Cuba.
Los diecinueve restantes quedaron varados en el aeropuerto
de la ciudad de Trelew, en la misma provincia de Chubut. Se rindieron ante la
Marina, el juez y la prensa bajo la promesa de que se respetarían sus vidas;
sin embargo, fueron trasladados a una base aeronaval y no a un penal, como se
les había prometido. En la madrugada del 22 de agosto de 1972 fueron
acribillados en sus celdas. Sólo sobrevivieron tres, que contarían más tarde
lo sucedido. Y años después también serían asesinados.
LA REACCIÓN DE PERÓN Y SALVADOR ALLENDE
La conmoción política y social fue inmensa. La opinión
pública descreyó de la versión oficial de que se había tratado de un nuevo
intento de fuga. En los días sucesivos, hubo manifestaciones en las
principales ciudades de la Argentina. Y más de sesenta bombas fueron
colocadas en protesta por la matanza. Peronistas, radicales, intransigentes,
socialistas, comunistas, trotskistas y demo-cristianos condenaron al
gobierno.
Perón, por su parte, calificó las muertes de “asesinatos”
y la CGT declaró un paro activo de catorce horas. El gobierno prohibió velar
en público a los guerrilleros y Lanusse envió emisarios a Chile para
solicitar la extradición de los prófugos con la intención de juzgarlos como
delincuentes comunes. Allende no cedió a la presión y les otorgó el
salvoconducto para La Habana. Los entretelones de su decisión trascendieron
muchos años después.
En la reunión con sus ministros en la que debía tomar la
decisión, el presidente chileno, que sería derrocado por Augusto Pinochet en
1973, dijo: “Chile no es un portaviones para que se lo use como base de
operaciones. Chile es un país capitalista con un gobierno socialista y
nuestra situación es realmente difícil. La disyuntiva es entre devolverlos o
dejarlos presos… Pero éste es un gobierno socialista, mierda, así que esta
noche se van para La Habana”.
El asesinato de los prisioneros que se habían rendido, conocido
inmediatamente como “La masacre de Trelew”, marcó el comienzo del fin del
gobierno de Lanusse. Tres meses después, Lanusse permitió que Perón regresara
a la Argentina luego de dieciséis años de exilio.
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Marcos Osatinski, de las FAR, Roberto Mario Santucho, del ERP y Fernando Vaca Narvaja, de Montoneros en La Habana, adonde llegaron procedentes de Chile,luego de la fuga |
ASI FUE LA FUGA
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Los militantes fugados (que luego serían asesinados) hablan con periodistas en el aeropuerto de Trelew |
Mientras, los demás vehículos de transporte -dos camiones
pequeños- que debían esperar al resto de los fugados no se hicieron presentes
en la puerta de la cárcel. Según algunos testimonios, debido a una confusa
interpretación de las señales preestablecidas (una frazada colgada de una reja).
Según otros, al escuchar disparos del enfrentamiento con los guardias (en el
que fue asesinado un guardiacárcel), pensaron que la operación había
fracasado, y optaron por pasar frente a la puerta y continuar sin detenerse.
Sin embargo, un segundo grupo de 19 evadidos logró arribar
por sus propios medios en tres taxis al aeropuerto. Allí, los que estaban
dentro del avión decidieron, por el peligro de la llegada de las fuerzas de
la marina y del ejército, dejar de esperar y despegar rumbo al vecino país de Chile,
gobernado entonces por el socialista Salvador Allende. El avión llegó primero a Puerto Montt y finalmente a Santiago de Chile, donde los guerrilleros
pidieron asilo.
Los tres sobrevivientes de la masacre de Trelew (Ricardo René Haidar, María Antonia Berger y Alberto
Camps, sobrevivientes de Trelew, se reintegraron a la lucha y años
después también fueron asesinados)
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JMM/LB/AF Ricardo Haidar, María Antonia Berger y Alberto Camps en una conferencia de prensa luego de recuperar la libertad en marzo de 1973. |
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TESTIMONIO DE RICARDO RENÉ HAIDAR.
"Cuando llegamos al aeropuerto de Trelew, luego de la
fuga del penal de Rawson, y comprobamos que el avión ya había partido, nos
quedaba una alternativa: dispersamos en la dilatada meseta patagónica. Sin
embargo desechamos de inmediato tal posibilidad porque las características
geográficas de la zona eran adversas, y podíamos ser detectados fácilmente
por las fuerzas represivas y muy probablemente eliminados sin damos la
oportunidad de rendirnos. En consecuencia optamos por rendirnos en el
aeropuerto, exigiendo las máximas seguridades posibles, consistentes en
hablar con el periodismo, para que el pueblo verificara que estábamos vivos y
en óptimas condiciones, la presencia del juez y la de un médico para que
constatara nuestra integridad física. Como es de conocimiento público todo
esto se cumplió con exactitud. Creíamos nosotros que ello bastaría para
aseguramos la vida, que la dictadura no se atrevería a cometer ningún crimen
desembozado. Por lo visto nos equivocamos.
"El oficial de infantería de marina que dirigió a las fuerzas de la
dictadura en el aeropuerto, y ante quien nos rendimos formalmente era el capitán
Sosa. Al principio su comportamiento fue correcto y hasta podría decirse
cortés. Cuando fuimos conducidos hasta la base de la marina en la que
quedamos incomunicados, nos acompañaron en el viaje el juez federal y el
doctor Amaya. "Una vez llegados a la base fuimos alojados en calabozos
en la forma que indica el plano número 1. El primer día el trato que nos dan
es bueno, tanto es así que nos dejan durante todo el día el colchón y las
mantas, hecho que no volverá a repetirse en los días siguientes. Sin embargo
el buen trato dura poco. Cuando a la tarde del día 16 llega el capitán Sosa,
pudimos observar en él un cambio radical. Se dirige a nosotros en tono muy
agresivo diciéndonos por ejemplo 'la próxima no habrá negociación, los vamos
a cagar a tiros'."
El primer día, la guardia especial de vigilancia estaba
integrada por un oficial, tres suboficiales y un soldado armado por cada
celda. Los soldados apuntaban permanentemente a los prisioneros sin el seguro
puesto del arma. El segundo día son retirados estos soldados quedando sólo
algunos en el pasillo, en la forma que indica el plano número 2.
La noche del día miércoles aparece por primera vez el
oficial Bravo: éste es un sujeto alto, de tez blanca, pelo castaño claro casi
rubio, bigotes espesos, de constitución delgada pero robusta, de 1,80 m de
altura y unos 30 años de edad. Este oficial es el que observa la conducta más
agresiva con los prisioneros. La noche del jueves nos quita los colchones y
las mantas y nos inflige castigos, como por ejemplo hacemos apoyar la punta
de los dedos contra la pared, con el cuerpo en plano inclinado en posición de
cacheo, y tenernos así durante largo rato, hacernos acostar en el piso
completamente desnudos también por largo rato, etcétera. Esta misma noche
comienzan los interrogatorios. Aproximadamente a las dos de la mañana. Ellos
eran efectuados por personas vestidas de civil entre los cuales había uno a
quien Delfino reconoció como perteneciente a DIPA', lo que hace presumir que
los demás también lo eran. Los interrogatorios se hacen todas la noches a
partir de la madrugada del jueves entre las dos y las cinco de la mañana.
Durante el día permanecíamos en la celda de las cuales sólo éramos sacados
para comer o para ir al baño. Al principio yo estaba en una celda con Bonet,
Toschi y Ulla, pero el último día me trasladaron a la de Kohon, por
prescripción médica, en razón de que el frío me había producido colitis.
'Tos días miércoles y jueves se nos efectuaron reconocimientos por las
ventanillas de las celdas, las que para impedir que nosotros viéramos a los
observadores, habían sido cubiertas por un papel que poseía un pequeño visor
para el observador. A partir del jueves, Mariano Pujadas es maltratado
especialmente. En una oportunidad el oficial Bravo lo obligó a barrer el pasillo
completamente desnudo.
"Nunca nos sacaban a todos juntos de las celdas,
salvo en dos oportunidades. Cuando nos llevaban a comer éramos conducidos de
a uno o de a dos. Al baño éramos conducidos individualmente. El día lunes a
las 10.30 fue la primera vez que nos sacaron a todos juntos de las celdas y
nos hicieron formar en tres grupos mezclados con soldados vestidos con ropas
civiles en el hall de la guardia. Estaba presente el juez Quiroga. Allí se
realizaron reconocimientos en rueda de presos.
TESTIMONIO DE MARíA ANTONIA BERGER.
"Queridos compañeros: No puedo sino dirigirme a
ustedes para informarles acerca de los acontecimientos que los inquietan y
que yo he vivido. Después de concretarse la toma del aeropuerto de Trelew,
nos planteamos mis compañeros y yo la necesidad de garantizar nuestra
seguridad física en el trato posterior a la rendición; de tal forma se logró
una amplia certificación de nuestro estado físico, por parte de médicos y
periodistas.
"El juez federal que intervino en la negociación de nuestra rendición
prometió acceder a nuestro requerimiento de que se nos retornara al penal de
Rawson en forma inmediata; dicho juez, al igual que el oficial de policía que
lo acompañaba, se portaron en forma correcta. Al llegar las tropas de
infantería de marina, las tratativas de la rendición se celebran con el
oficial al mando de las mismas, capitán de corbeta Sosa, ante quien Mariano
Pujadas, Rubén Pedro Bonet y yo insistimos en lograr que se nos reintegre a
la unidad carcelaria, como condición previa a la rendición. Ante la oposición
del capitán Sosa, se hace saber a él y al juez federal que a nuestro entender
la base naval no reúne las mínimas garantías de seguridad en cuanto a
nuestras vidas; para el supuesto caso que el penal de Rawson aún se encontrara
ocupado militarmente por los compañeros alojados en éste, los tres nos
ofrecíamos a gestionar y obtener la rendición incondicional de ellos.
"En estos términos se planteaba la discusión, aunque
luego el capitán Sosa accede a los requerimientos y afirma que nos llevará
hasta el penal. De esta forma se hace efectiva la rendición, y todos
entregamos nuestras armas; momentos antes de ascender al micro que nos
llevaría de regreso a la cárcel de Rawson, nos enteramos de que se nos lleva
a la base naval Almirante Zar, bajo pretexto de que la zona se había
declarado en estado de emergencia, por lo cual las órdenes recibidas por Sosa
eran el traslado de los prisioneros a la base, para su alojamiento en ésta.
"Ascendemos al micro, un poco confiados por la garantía
que nos ofrece el juez federal, siempre acompañado por el doctor Amaya; ambos
nos acompañan en el micro hasta la base y en ésta hasta el pasillo mismo que
conduce a nuestras celdas. Al despedirse de nosotros, el juez reitera que
hará todo cuanto fuera necesario para garantizar nuestra seguridad física.
"Una vez en nuestras celdas, aproximadamente cuatro
horas después, bajo pretexto de revisación médica, se procede a realizar
prolija requisa a órdenes de oficiales médicos, quienes nos ordenan quitarnos
la ropa hasta quedar totalmente desnudas; miran nuestros cuerpos
prolijamente, tal vez en busca de algún arma aunque todos sabemos que la piel
no tiene bolsillos ni mochilas. Esa madrugada, a las cinco horas recién nos
hacen llegar mantas y colchones.
La custodia inicialmente se compone de doce conscriptos
armados con fusiles FAL, FAP y otra arma larga automática a la cual no
conozco, y suboficiales armados con PAM todos ellos, en detalle que luego se
convertiría en común, con sus armas amartilladas, sin seguro y apuntando
hacia nosotros. Posteriormente, al tercer día de nuestra permanencia en la
base, son remplazados los soldados conscriptos por personal militar
permanente, es decir cabos y suboficiales principales al mando de uno o dos
oficiales, quienes ya forman parte de la dotación de custodia habitual.
"Comienza a endurecerse el trato dado a los
prisioneros. Para ir al baño y a comer se nos lleva de a uno, con ambas manos
apoyadas en la nuca, mientras nuestros carceleros nos apuntan con sus armas
montadas y sin seguro, en forma continua se procede a maltratarnos; a los
muchachos se les ordena hacer repetidas veces cuerpo a tierra totalmente
desnudos, a pesar del intenso frío característico de la zona. También se nos
obliga a hacer numerosos movimientos parándonos y sentándonos en el suelo, o
sostener el peso del cuerpo con los dedos estirados y apoyados de punta en la
pared durante mucho tiempo, hasta que el dolor es insoportable. Todo ello,
mientras nos encañonan permanentemente con sus armas. Es de remarcar que este
trato era conocido por todos los integrantes de la base, ya que muchos
oficiales concurrían a vernos, deteniéndose a observar cuanto nos ordenaban
hacer.
"Recuerdo una ocasión en la cual habíamos estado
haciendo toda clase de movimientos ordenados por nuestros carceleros; en tal
oportunidad, el teniente de corbeta Bravo colocó su pistola calibre 45 en la
cabeza de Clarisa Lea Place, al tiempo que amenazaba con matarla porque ésta
se negaba a colocarse boca arriba en el suelo. Clarisa, atemorizada, contesta
con un débil 'No me mate'; el oficial vacila; luego baja su arma.
La tensión va aumentando; cada vez que un prisionero es sacado de su celda
para ir al baño o para comer, y se lo llevan encañonándolo con las armas sin
seguro, nunca sabemos si volveremos a ver con vida al que se aleja. Es
notorio cómo la situación es progresivamente más tensa; lo sienten aun
nuestros carceleros; tres disparos aislados y hasta una ráfaga entera de
ametralladora cuyas marcas quedaron en las paredes, son muestras de un
nerviosismo manifiesto que hacía que sus armas se les dispararan sin ellos
darse cuenta.
"Una noche asistimos a un simulacro de fusilamiento, y como tal lo
asumimos posteriormente. Aproximadamente a la medianoche nos despiertan con
gritos; a oscuras nos obligan a tiramos cuerpo a tierra repetidas veces,
sentamos y paramos en el suelo, etcétera, al tiempo que simulan ir a buscamos
para llevamos, abren los candados, los cierran nuevamente; encienden y apagan
las luces al tiempo que montan y desmontan repetidas veces sus armas.
Escuchamos los cuchicheos de nuestros carceleros con otros oficiales que han
llegado. Por señas le pregunto a un cabo qué estaba pasando y me contesta
moviendo su dedo índice como si apretara el gatillo de un arma. Como cierre
de una noche agitada, comienza un nuevo interrogatorio por los oficiales,
ante quienes reiteramos nuestra negativa a declarar; amenazan a Alfredo Kohon
con ser torturado si insiste en su negativa de declarar.
"El día anterior a los sucesos, concurre el juez a presenciar
nuevos reconocimientos en rueda de presos; claro que sin enterarse del
interrogatorio a que nos sometía personal de DIPA en una habitación cercana
al lugar donde él presenciaba los reconocimientos.
"A las 3.30 de esa noche, me despiertan los gritos
que profiere el teniente de corbeta Bravo, el cabo Marchan y otro cabo del
cual ignoro su nombre [¿Maradino?]. Bravo es rubio, mide 1,85 m, lleva
bigote, es bien parecido y tendrá treinta años; Marchan es morocho, de tez
mate; su estatura es mediana y tendrá veintiún años; el otro cabo es de
características obesas, mide 1,75 m es de tez blanca. Todos ellos profieren
insultos a nuestros abogados, al tiempo que aseguran 'ya les van a enseñar a
meterse con la marina'; a gritos, nos dicen que esa noche vamos a declarar,
lo querramos o no.
"Escucho otras voces de otras personas diciendo cosas
semejantes, pero no alcanzo a distinguirlas puesto que inmediatamente nos
ordenan salir de nuestras celdas, caminando si levantar los ojos del Piso;
noto que es la Primera vez que nos dan tal orden, pero no logro adivinar el
motivo de la misma. Una vez en el pasillo que separa las dos hileras de
celdas que son Ocupadas por nosotros, nos ordenan formar en fila de a uno,
dando cara al extremo del pasillo y en la puerta misma de nuestras celdas.
También observo que es la primera vez que nos ordenan tal dispositivo para
sacarnos de nuestras celdas.
"De pronto, imprevistamente, sin una sola voz que
ordenara, como si ya estuvieran todos de acuerdo, el cabo obeso comienza a
disparar su ametralladora sobre nosotros, y al instante el aire se cubrió de
gritos y balas, puesto que todos los oficiales y suboficiales comenzaron a
accionar sus armas. Yo recibo cuatro impactos; dos superficiales en el brazo
izquierdo, otro en los glúteos, con orificio de entrada y de salida y el
cuarto en el estómago; alcanzo a introducirme en mi celda, arrojándome al
piso, María Angélica Sabelli hace lo mismo, al tiempo que dice sentirse
herida en un brazo, pero momentos después escucho que su respiración se hace
dificultosa, y ya no se mueve. En la puerta de la celda, en el mismo lugar
donde le ordenaron integrar la fila, yace Santucho, inmóvil totalmente.
"Reconozco las voces de Mena y Suárez por su acento
provinciano, dando gritos de dolor. Escucho también la voz del teniente Bravo
dirigiéndose a Alberto Camps y a Cacho Delfino, gritándoles que declaren;
ambos se niegan, lo cual motiva disparos de arma corta después no vuelvo a
escuchar a Alberto ni a Cacho. Escucho, sí, más voces de dolor, que son
silenciadas a medida que se suceden nuevos disparos de arma corta; ahora sólo
escucho las voces de nuestros carceleros, que con gran excitación comienzan a
inventar una historia que justifique el cruel asesinato, aunque sólo sea
válida ante ellos mismos.
"Escucho que se aproximan los disparos de arma corta.
Es evidente que quien se halla abocado a la tarea de rematar a los heridos
está cerca de mi celda; trato de fingir que estoy muerta, y entrecerrando los
ojos lo veo parado en la puerta de mi celda; es alto como de 1,80 m, de
cabello castaño aunque escaso, delgado; lleva insignias de oficial de marina.
Apunta a la cabeza de María Angélica y dispara, aunque ésta ya estaba muerta.
Luego dirige el arma hacia mí y también dispara; el proyectil penetra por mi
barbilla y me destroza el maxilar derecho alojándose tras la oreja del mismo
lado. Luego se aleja sin verificar el resultado de sus disparos, dando por
sentado que estoy muerta.
"Continúan los disparos de arma corta, hasta que se
hace el silencio, sólo quebrado por las idas y venidas de mucha gente; ellos
llegan, nos miran; tal vez para cerciorarse si estamos ya muertos; cuando
descubren algún herido parece que se tranquilizaran unos a otros, pues dicen
que al desangrarse morirá; mientras, yo continúo tratando de no dar señales
de vida.
"A la hora llega un enfermero que constata el número
de muertos y heridos; también llega una persona importante, tal vez un juez o
un alto oficial, a quien le cuentan una historia inventada. Cuatro horas
después llegan ambulancias, con lo cual comienzan a trasladar, de a uno, los
heridos y los muertos. Cuando llego a la enfermería de la base observo la
hora ' son las 8.30; todo había comenzado a las 3.30. Me llevan a una sala en
la enfermería, en la cual veo seis camillas en el suelo, con seis heridos; yo
soy la séptima.
"Dos médicos y algunos enfermeros nos miran, pero se
abstienen de intervenir. Sólo uno de ellos, un enfermero, animado por algo de
compasión, quita sangre de mi boca; nadie atiende a los heridos, se limitan a
permanecer atentos al momento en que dejen de serlo para integrar la
estadística de muertos.
"A pesar de la cercanía de la ciudad de Trelew no
requieren asistencia médica de allí, sino que esperan a que arriben los
médicos desde la base de Puerto Belgrano, quienes lo hacen sólo a mediodía, o
sea cuatro horas después de nuestra llegada a la enfermería. Los médicos
recién llegados nos atienden muy bien; me operan allí mismo, surgiendo
dadores de sangre entre los soldados. Recupero el conocimiento veinticuatro
horas después de la operación, ya en un avión que me transporta a la base de
Puerto Belgrano, donde la atención médica continúa siendo muy buena."
TESTIMONIO DE ALBERTO CAMPS.
"Después de nuestra rendición en el aeropuerto de
Trelew, fuimos trasladados a la base aeronaval. Lo hicimos en compañía del
juez federal Godoy y del doctor Amaya, quienes entraron junto con nosotros
hasta el pasillo interior del cuerpo de edificio donde se encuentran las
celdas en las que fuimos luego alojados. Nos hacen avanzar en grupos de tres
y nos alojan en los diez calabozos existentes, uno de los cuales el N' 2 no
estaba habilitado. Yo quedo en el calabozo N' 10 juntamente con Kohon,
Delfino y Mena.
"Entre la noche del martes 15 y la madrugada del
miércoles 16 nos revisan individualmente dos personas de civil, que más tarde
identificamos como médicos navales. Uno de ellos gordo, pelado, de
aproximadamente cuarenta años de edad, de un metro setenta de estatura; el
otro algo más joven, de treinta y cinco años, pelo castaño claro, bigotes y
anteojos. Ambos de piel blanca. La revisación es prolija. Previamente me
desnudan de manera total. Existe preocupación por constatar si tengo
lesiones, especialmente magulladuras, lastimaduras o heridas. No advierten
lesión alguna.
"Me toman fotografías de frente y de perfil; me
retiran todas mis pertenencias: cinturón, dinero, reloj.
"A las cinco de esa madrugada nos entregan colchonetas y dos mantas por
persona, nos encierran en las celdas con cerrojo y candado y nos dejan dormir
aproximadamente hasta el mediodía del miércoles 16.
"Esa noche aparece el oficial de la marina Bravo, de treinta años
aproximadamente, rubio, bigotes, quien luego está casi permanentemente con
nosotros, actúa desde el comienzo con rudeza y nos somete a un rígido trato
militar.
"Esa misma noche fui víctima de un castigo que me impuso el capitán
Sosa. Yo conversaba con mis compañeros en la celda. Sosa me prohibió hacerlo
y me impuso silencio. Me ordenó entonces ponerme de pie y dispuso,
impartiendo a un suboficial la orden correspondiente, que pasara toda la
noche de plantón. Invocó el honor del ejército y la marina y nuestro
sometimiento a las autoridades militares. Más tarde, mientras yo cumplía
dicho plantón, dejó sin efecto la sanción. Esa noche dormimos sin ser
molestados de manera especial.
"La custodia, a la vez que impresionante, era en
cierto modo ridícula.
"En el pasillo entre las dos líneas de celdas estaban
apostados soldados y suboficiales con las armas sin seguro, en número tal que
para caminar era menester abrirse camino entre soldados y oficiales.
"Para sacamos de las celdas se usó al comienzo un
procedimiento muy singular. Obtenido el permiso para salir con diversos
motivos, por ejemplo, para ir al baño, se desalojaba el pasillo, se abría la
celda y se nos hacía caminar en dirección al hall encajonados de frente por
varios hombres uniformados con las armas sin seguro y apuntando. Luego, al
llegar a la puerta de salida de ese hall, nos daban la voz de alto y desde
allí nos conducían al baño encajonados desde atrás a muy corta distancia,
caminando lentamente entre soldados y oficiales armados apostados cada dos
metros. Un soldado ingresaba con cada uno de nosotros al baño y permanecía
allí, encañonándonos, hasta que concluyéramos nuestras necesidades.
"Así transcurrió el día miércoles 16 hasta la noche
del jueves 18. Desde entonces, regularmente, nos entregaban las colchonetas y
las mantas a las diez de la noche y las retiraban alrededor de las cuatro,
hora en que nos conducían individualmente para someternos a interrogatorios
en el ala contigua del mismo edificio, en una habitación en donde éramos
interrogados por oficiales de la marina y del ejército y por personas de
civil, funcionarios policiales de organismos nacionales de seguridad.
"Todos sin excepción -yo desde luego- nos negamos a
responder a las diversas preguntas que nos formulaban, negativa que provocaba
las consiguientes amenazas, agravios e insultos cada vez más agresivos y
apremiantes. Las noches siguientes no nos daban las colchonetas y mantas sino
después de esos frustrados interrogatorios, es decir después de las cuatro de
la madrugada.
"Ya a esta altura, dentro de las mismas celdas nos
sometían a un trato muy duro, típicamente militar: cuerpo a tierra, sostener
el cuerpo con los dedos apoyados sobre la pared, órdenes militares de echarse
a tierra y levantarse, etcétera. Las órdenes imperativas nos eran dadas a
través del ventanuco de la celda y quien especialmente lo hacía era el
oficial naval Bravo y un suboficial de nombre Marshall o Marchal.
"Los insultos y amenazas eran cada vez más habituales y el tratamiento
cada vez más duro y agresivo. Se insistía siempre en la orden de que debíamos
declarar y todas las presiones y amenazas se dirigían a ese objetivo.
La noche del 22 de agosto se advirtió, con la natural sorpresa nuestra, un
cambio bastante notorio. Por una parte, les cabos -ya a esa altura no se
advertía la presencia de simples soldados, y todos los que actuaban en
nuestra custodia eran oficiales y suboficiales de marina- se mostraron más
'blandos' y hasta amables, incluso entablaron diálogos con alguno de
nosotros; y, por la otra, nos llamó la atención que nos entregaran las
colchonetas y mantas bastante temprano, a una hora entonces desacostumbrada,
inmediatamente después de habernos dado de comer, aproximadamente a las diez
de la noche.
"No nos interrogaron esa noche y alrededor de las
3.30 de esa madrugada nos despertaron dando patadas sobre la puerta de las
celdas y haciendo sonar violentamente pitos por el mismo ventanuco.
"Además, por primera vez, abrieron todas las celdas.
Antes siempre lo hicieron celda por celda. Nos ordenaron salir y colocamos de
espaldas a las puertas de las celdas. Nos dieron la orden de bajar la vista y
poner el mentón sobre el pecho. Yo estaba con Delfino en la mencionada celda
N° 10 y ambos acatamos la orden. Pasaron uno o dos minutos desde que salimos
de la celda y apenas instantes desde que todos bajamos la mirada y colocamos
el mentón sobre el pecho.
"Sentí entonces, casi de inmediato, dos ráfagas de
ametralladora. Pensé en fracción de segundos que se trataría de un simulacro
con balas de fogueo. Vi caer a Polti que estaba de pie sobre la celda N' 9, a
mi lado; y de modo casi instintivo me lancé dentro de mi propia celda. Otro
tanto hizo Delfino. De boca ambos en el suelo, Delfino a mi derecha,
permanecimos en esa posición, en silencio, entre tres y cuatro minutos.
Nuestro único diálogo fue el siguiente: Delfino dijo 'Qué hacemos', yo
contesté algo así como No nos movamos'.
"Durante ese breve lapso escuché una o dos ráfagas de
ametralladora al comienzo, luego varios tiros aislados de distinta arma,
gemidos y ayes de dolor y respiraciones agotadas o sofocadas. Luego se
introdujo en la celda, pistola en mano, el oficial de marina Bravo. Nos hizo
poner de pie con las manos en la nuca.
"Dirigiéndose a mi me requirió en tono muy duro -parecía muy agitado- si
iba o no a declarar. Respondí negativamente y sin nuevo diálogo ni espera me
disparó un tiro en el estómago con su pistola calibre 45. No apuntó y disparó
desde la cintura. Acto continuo le disparó a Delfino. La distancia no
alcanzaba al metro o metro y medio. Estábamos en la mitad de la celda y Bravo
había traspuesto la puerta y se encontraba dentro.
"Yo caí sobre el lado izquierdo mirando hacia la puerta; y Delfino a mi
derecha. Sus pies quedaron a la altura de mi abdomen y me oprimían. No sentí
que Delfino se moviera cuando. Con mucho esfuerzo corrí unos centímetros sus
pies. Quedamos allí entre diez y treinta minutos. No puedo precisar con
exactitud el tiempo. No perdí totalmente el conocimiento. Entraron algunas
personas. Les oí decir que yo estaba herido. Adopté el temperamento de no
moverme ni quejarme.
"Al cabo de ese lapso que no puedo precisar con
exactitud, llegaron enfermeros navales. Usaban chaquetas azules y un gorro
blanco. Nos colocaron sobre camillas y me transportaron esquivando cuerpos
caídos en el pasillo, pasando de hecho sobre ellos. Me depositaron en una
ambulancia. Era aún de noche.
"Me llevaron a una sala médica. No me sometieron a ninguna curación.
Apenas si me limpiaron la herida y creo que me dieron un calmante. Presumo
que así fue porque me dormí. Allí pude ver a María Antonia Berger, Alfredo
Kohon, Carlos Astudillo y Haidar.
Luego, en avión, ya de día -ignoro la hora- me trasladaron
a Puerto Belgrano. Allí fui operado. También allí me entrevistó el juez naval
ante quien declaré sobre estos hechos y ante quien firme mi
declaración."
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