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Foto: Proyecto "Infancia en Dictadura".
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..."Tu entrada al dormitorio y todo era terror. Veo a
unos saltando de sus literas a fin de librarse de ese jueguito sádico tuyo de
destapar de cuajo sus cuerpos semidesnudos para darles varillazos en los pies.
Los pobrecitos se arrojan de los camarotes como saltando al vacío a objeto de
huir del personaje más siniestro de ese asilo de infantes. Si uno lo mira en
perspectiva, y sin exagerar, El Cañaveral fue reducido por ti, tío Polo,
muchísimas, muchísimas veces, a una suerte de campo de concentración, sobre todo
pensando en esas víctimas que tuvieron la mala fortuna de cruzarse en tu
camino"...
Infancia en Dictadura: Testimonio de un niño sobreviviente
del hogar de niños de 'El Cañaveral'
X Noé Felipe Bastias Soto/Enviado X Retazos de Memoria Chilena
Poco antes del golpe militar, Leopoldo Santelices había sido
dado de baja, era uniformado. Un sujeto sin especialización ni estudios, y
gracias al golpe militar, fue apitutado
por un familiar suyo (militar), quien lo instaló en el Cañaveral como
“cuidador” de niños.
Hay una verdad histórica que quiere abrirse paso.
Desocultamos y desenmascaramos a un torturador de niños: Leopoldo Santelices
Villegas. Este siniestro personaje se oculta hoy, luego de aplicar tortura
sistemática al interior de un hogar de niños, puntualmente en El Cañaveral,
desde el año 1973 a los años 80.
El niño andaba quejoso y con sus ojitos hinchados. Apenas se
movía. Tenía 7 u 8 años. Era uno más de los pequeños que bajaban de la montaña
para concurrir al colegio, en El Arrayán; vivían en un albergue llamado El
Cañaveral. Allá arriba, en el Camino a Farellones. Una profesora descubrió su
tragedia. Este niño fue enviado al hospital pues había sido maltratado
brutalmente. El autor material de tal brutalidad había sido el tío Polo
-Leopoldo Santelices Villegas-, quien actuó luego de ello como si nada hubiese
pasado. Pero yo no olvidé. No quise olvidar.
Y mientras crecía me repetía que algún día tendría que denunciar esta y
otras de las incontables brutalidades e injusticias que perpetró este sujeto en
El Cañaveral. Sus víctimas fueron niños indefensos. El Estado no veló por
ellos. Yo viví allí. Fui testigo presencial.
Dificulto que ese niño fracturado por ti te haya borrado de
su memoria (discúlpame por tutearte), y dificulto que alguno de esos niños de
El Cañaveral haya olvidado tu cara y tu nombre, “tío” Leopoldo Santelices
Villegas.
Cuántos de ellos, hoy adultos, no guardaron en sus memorias ese grito maldito tuyo por las mañanas: -¡Despierten animales! ¡Despierten bestias!-, consigna con la que nublaste el derecho de esos niños al ver en cada amanecer el anuncio de un mejor porvenir, de un futuro prometedor, de una oportunidad nueva para sonreír y ser felices.
Tengo registros vívidos. Tu entrada al dormitorio y todo era
terror. Veo a unos saltando de sus literas a fin de librarse de ese jueguito
sádico tuyo de destapar de cuajo sus cuerpos semidesnudos para darles
varillazos en los pies. Los pobrecitos se arrojan de los camarotes como
saltando al vacío a objeto de huir del personaje más siniestro de ese asilo de
infantes. Si uno lo mira en perspectiva, y sin exagerar, El Cañaveral fue
reducido por ti, tío Polo, muchísimas, muchísimas veces, a una suerte de campo
de concentración, sobre todo pensando en esas víctimas que tuvieron la mala
fortuna de cruzarse en tu camino.
¡Despierten bestias! ¡Despierten animales! ¿Recuerdas, tío?
¡Y pobre del niño que se atreviera a darte alguna señal de sueño pendiente o,
peor, que se atreviera a ofrecerte alguna forma de resistencia!: en el acto le
regalabas una ducha forzosa -qué importaba si era en pleno invierno-, ducha y
más duchas que incluían “chinitas” (tipo submarinos), puñetazos, varillazos,
manguereos, patadas donde cayeran; duchas que traían consigo castañeteos de
dientes, dolores en huesos y cráneos, y fríos que mordían las carnes desnudas
de unos niños que eran tratados por ti como parias, como culpables, como
animales.
Y esas interminables vueltas olímpicas en la cancha, en invierno y verano, a pata pelá’, con colchones al hombro, a que sometías a unos niños de 7, 8, 10 ó 12 años como castigo por haber cometido el pecado de mearse en sus camas la noche anterior… ¿Recuerdas, tío? ¿Te acuerdas, tío Polo?
Yo sí me acuerdo. De hecho veo ahora cómo salta sangre de un
rostro pequeño y cómo el cuerpo de este niño se azota violentamente contra un
suelo de piedra a causa del más brutal golpe de puño que jamás imaginé un
adulto pudiera propinarle a un niño indefenso, acciones que uno no encuentra ni
en el best seller más terrorífico y fantástico de los que ha escrito Stephen
King.
¿O crees que alguno de esos muchachos de El Cañaveral pudo
olvidar ese jueguito tuyo de tortura inquisidora con la que te ensañaste por
años con nuestro querido compañero Rogelio Fernández Pérez? ¿Atarlo de los pies
y colgarlo con una soga con la cabeza hacia el piso? ¿Dejarlo colgado
verticalmente durante horas -todo un día
a veces-? ¿Y festinar con la desgracia
de este niño? Aún te veo balanceándolo como si se tratara de un péndulo humano
y dándole mil vueltas sobre su eje como
si el niño fuera un artista circense que divierte al mundo en la cuerda de la
muerte, pero aquí tu juego era doblemente perverso, pues Rogelio no era un
artista circense sino un niño físicamente vulnerable que, al lado de tu
envergadura, parecía un muñequito de trapo con patitas de lana. Y nosotros, que éramos niños, no atinábamos a
nada. Éramos tu mudo auditorio. Nuestras risas no eran risas, cabrón; eran muecas que apenas disimulaban el terror
que provocaba en nosotros tu sadismo. El vil espectáculo que hacías con la
dignidad de Rogelio y esas abominables y macabras risotadas tuyas cuyas
resonancias reaparecían como ecos venidos de las tinieblas de las pesadillas de
los niños por las noches.
Tarde me enteré que en El Cañaveral había vivido Salvador Allende, y tarde también supe que esta casona había sido acondicionada, luego del golpe militar de 1973, como un hogar “modelo” que albergaría a niños que presentaban necesidades de protección socioafectiva. Ninguno de los niños que allí vivieron llegó a ese albergue por delincuencia ni nada parecido.
No sé, quizás el presidente idealista, Salvador Allende,
preparó allí sus palabras de despedida: “Trabajadores de mi Patria… Superarán
otros hombres este momento gris y amargo…”.
No sé, pero algo sucede en mi garganta cada vez que leo o
escucho estas palabras de despedida de Allende. Sin duda, sus palabras me
generan emotividad y me surgen sentimientos de admiración por él, porque creo
fue un hombre honesto, pero eso que siento en la garganta, creo, se debe más a
que relaciono su mensaje con esos niños que habitaron El Cañaveral en los 70’,
niños a los cuales un torturador de menores, cada vez que estuvo de turno, les hizo vivir los momentos más grises y
amargos de sus nacientes e inocentes existencias.
El punto es que durante la década de los ’70, en Chile, veinticinco a treinta pequeños estuvieron a merced de un sujeto llamado Leopoldo Santelices Villegas, quien transformó un asilo estatal de niños desamparados en su escondite privado para atormentarlos y torturarlos durante años.
¡Más de cuarenta años de impunidad han pasado, pero desde El
Cañaveral de esos años emergen las voces de esos niños que lanzan, a través de
mi voz, un grito que estalla en el presente clamando al cielo una sanción moral
contra este torturador impune de niños!
¡Por todas sus víctimas, por Rogelio Fernández Pérez, por la
justicia!, es que hoy suelto esta memoria que debía ser desocultada hace ya
tiempo… pero que la suelto hoy porque la
semana pasada alguien me dijo que Leopoldo Santelices Villegas sigue, en estos
mismos instantes, "cuidando"
niños en un hogar de menores.
Sólo he citado casos puntuales, pero tú fuiste un torturador
de niños durante todo el tiempo que padecimos tu siniestra presencia allá en El
Cañaveral.
¡¡Un dos tres por el tío Leopoldo Santelices Villegas!!
¡¡Y un dos tres por mí y por todos mis compañeros del
Cañaveral!!
*El relato es de Noé Felipe Bastias Soto, Licenciado en Educación - Profesor de Filosofía, Ex niño interno de "El Cañaveral"
Fuente: Retazos de Memoria Chilena
Leopoldo Santelices fue encontrado en Facebook, aunque sin su segundo apellido. Pudo haber cambiado su segundo apellido Villegas por Valdivia. Es probable. Está casado con Rosa Herminia Rubilar Flores. La hija de ambos se llama Paula Santelices Flores.
ResponderEliminarEste perverso monstruo, Leopoldo Santelices, vive actualmente, aunque se oculta. Se dará con su paradero en cualquier momento. Hay una denuncia en curso, tanto en PDI como en Carabineros. Y se han cursado otras acciones. Hay fotos de él en twitter de @noe_bastias. ¡Viralícense! Gracias por sumar apoyos a esta causa. Por los niños violentados y maltratados sí que vale la pena apoyar y viralizar su rostro.
Muchas gracias a nuestras hermanas de La puntada con hilo.
Una junta y lo buscamos y llamamos a. La TV les parece
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